Después de los espectaculares reportajes que nos bombardean diariamente con imágenes sobre la Ciudad de las Artes, me decidí a visitar cual magnífico recinto, comenzando por l´Oceanogràfic. Abierto desde el 12 de diciembre de 2002, piensas que cuenta con suficiente rodaje y tiempo para haber pulido y mejorado su acondicionamiento de cara al público. Pues no. Pura ciencia ficción. Revisando el esquema básico para garantizar el buen funcionamiento de un recinto, parque temático, museo, etcétera, me horrorizó la idea de que tuviera tantas carencias. Y no se trata de evaluar menudencias o pequeñeces, como la localización misma, a través de un acceso prácticamente escondido. Estamos tratando algo tan serio como la seguridad y la información. Lo primero de todo es que, si quieres ser previsor y compras las entradas con antelación, no harás una cola para entrar... ¡harás dos! Una para el canje y otra para el ingreso en el recinto. Y yo me pregunto, ¿de qué sirve anticipar tu compra? Sin duda, de nada. La entrada apenas tiene carteles informativos que te orienten en tu largo camino, que ya te advierten será largo, pero no por los metros recorridos, sino por la prueba del laberinto que no tendrás otro remedio que superar. Menos mal que el ser humano es bueno por naturaleza, y los visitantes nos vamos ayudando con las indicaciones para encontrar los tiburones o los delfines, y consecuentemente se fomenta el compañerismo y la supervivencia. Y durante el recorrido, que duró varias horas, no pude encontrar ningún guía que explicara, un poco mejor, aquel escenario acuático. Seguramente tuve mala suerte o lo pillé comiendo... Por otra parte, la seguridad es algo que brilla por su ausencia. Tres personas resuelven la vigilancia de los espacios en la visita. Cuando te das cuenta, sólo puedes rezar para que no ocurra nada, porque la sensación de desprotección crece por momentos. Muchas de las salas de exposiciones y túneles de peces están libres de personal para controlar, y algunos de los recintos tienen las salidas cerradas, provocando, tristemente, que los que entran se crucen, en unos pocos metros y como pueden, con los que salen. Todo un ejemplo de esquema de circulación fluido y cómodo para los recintos de estas características. La arquitectura, nueva y vanguardista, supuestamente compuesta por materiales y estructuras de última generación, presenta grietas y manchas de humedad. Y quizás sea el mejor exponente que indica que nos han presentado un contenido científico bien valorado, en un continente que hace aguas. ¿De qué sirve traer especies de otros países para su estudio y contemplación sin una organización que cumpla una mínima calidad? Es realmente una pena que tanto esfuerzo previo esté sufriendo una desastrosa gestión. Una pena, que el aparente escaparate valenciano muestre una cara tan poco seria al público. Sólo cabe pensar que la fachada engaña, y el Gobierno valenciano pretende maquillar sus programas de gestión cultural con reportajes ideales. El problema es que, cuando llega el momento de participar de estos proyectos, como ciudadanos, comprobamos que nos están tomando el pelo. La labor científica de muchos profesionales, que apostaron por el proyecto de l´Oceanogràfic, merece su reconocimiento, pero está siendo abocada hacia un caos por la falta de trabajo, atención y gestión política. Imagino que no se habrán olvidado de que tras las miles de fotos maravillosas de la Ciudad de las Artes debe existir organización y contenidos, ¿verdad? ¿O es que la estructura hueca de la falla rebasa con mucho esos días festivos del mes de marzo, y trasciende a nuestro Gobierno valenciano?
Levante-emv.com.Maite Ibañez-6 de diciembre de 2006-
Fuente: www.levante-emv.com
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